jueves, 29 de marzo de 2012

Cabo Polonio: La playa oceánica donde la naturaleza se completa con el hombre


Por Ricardo Caletti
El ómnibus en el que partimos desde la hermosa playa uruguaya de La Paloma, se detuvo a la vera de la ruta 10, junto al mojón que indica que nos encontramos a 284 kilómetros de Montevideo. Apenas nos llevó una hora y media el viaje entre campos ondulados, lagunas y bañados.

Un cartel señala que ese punto es el acceso al Parque Nacional Cabo Polonio. La vista recorre densos y añosos pinares, y el inicio de un camino de arena que se pierde entre la arboleda. Se supone que esta senda termina en el océano.

El grupo de periodistas de VISION,- Asociación Internacional de Periodistas y Escritores de Turismo Latinos-, del que formo parte, se concentró en un sencillo centro de informes, que tiene los necesarios baños públicos. Allí indican que para proseguir viaje hasta el mar se debe utilizar alguno de los camiones todo terreno acondicionado para la travesía de siete kilómetros entre las dunas. Otros vehículos no entran al área protegida.


También se puede acceder al Cabo Polonio desde un balneario cercano, llamado Valizas, en carros tirados por caballos.

En el camión, bamboleándolos entre los médanos, llegamos al área de control del Parque, y en pocos minutos más, las dunas y los pinares dejaron abierto el panorama del horizonte oceánico y las olas verdes enroscándose sobre la arena de la playa desierta. Al fondo, una península de piedra sobre la que un faro marca la escala insignificante de un caserío de colores: la primera visión de Cabo Polonio anticipa magia.

El cabo es un agudo peñón rocoso que penetra en el mar y se prolonga en tres islas. Dos extensas playas se abren a sus costados. Algunos frágiles barquitos de pescadores artesanales descansan de la faena. La comunidad está compuesta por unos 80 habitantes permanentes, la mayoría pescadores, artesanos y personal estable del faro. Sus casas dispersas no tienen cercos. No hay manzanas ni calles. Tampoco alumbrado público ni servicio de electricidad. Algunos cuentan con grupo electrógeno.

Los pobladores sostienen que en las noches despejadas, el estrellerío pesa sobre los hombros.

Entre las construcciones se advierten algunas posadas, un hostel, pequeños restaurantes y puestos de venta de artesanías en base a elementos marinos, y en lo más alto del relieve, el faro, inaugurado en 1881, cobra una cierta autoridad eclesial. Debajo de él, está el espolón de roca contra el que naufragó en 1753 un galeón español que navegaba hacia Buenos Aires capitaneado por Joseh Polloni. Su nombre quedó en tierra.

Sobre los roqueríos batidos por las olas, una colonia de lobos marinos descansa al sol, sobrevolada por gaviotas, cormoranes y ostreros. Perece mentira que sólo 21 años atrás se haya producido en este sitio la última,- felizmente última-, zafra lobera. O sea la masacre de estos pacíficos animales para la utilización de su piel y la fabricación de diversos subproductos.

Por fortuna, desde el año 2008 el área es Parque Nacional. Y no sólo apunta a la protección de la fauna marina, sino también de los tatú o armadillos que habitan entre los arbustales costeros. Además, Cabo Polonio es el sitio de América del Sur con las dunas más elevadas, hoy capturadas entre las forestaciones de pinos que desde principios del siglo pasado las comenzaron a inmovilizar.

Daniel Machado es nieto de uno de los primeros pobladores. Su abuelo Flavio llegó en 1927, cuando el estado uruguayo decidió plantar la primera franja de forestación para fijar los médanos. Daniel tiene hijos nacidos en Cabo Polonio. Cuatro generaciones enraizadas en ese sitio mágico. “Queremos seguir viviendo así para siempre, Aquí, la naturaleza se completa con el hombre”, me confiesa debajo de la sombrilla de su pequeño restaurante. Y me muestra un pedazo de caparazón de gliptodonte, de los que se suelen hallar en la zona.

Llega de nuevo el camión todo terreno con otro grupo de turistas dispuestos a disfrutar con los cinco sentidos, la belleza de este mundo costero único, la calidad del silencio, la armónica convivencia humana con la naturaleza y la abundancia del asombro.

En ese vehículo emprendió el regreso, seguro de que la magia, la armonía y la belleza de Cabo Polonio y su comunidad, resultan transformadoras para los visitantes.


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